«Todas las personas grandes han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan».
–«El principito». Antoine de Saint-Exupéry
Sé que esta semana estaba programado el que continuara la conversación sobre los actores que inciden en la promoción de los falsos estándares de belleza que afectan la salud mental, especialmente la de las nuevas generaciones. Sin embargo, este domingo se celebra el día del niño en Colombia y, como coincidencia, hay un tema que últimamente he estado viendo de manera reiterada en redes sociales, que tiene que ver con la defensa de los espacios destinados a atender público en los que ahora se considera cada vez más común el rechazo a niños y niñas.
Antes de empezar, quiero aclarar que no estoy hablando de espacios que comúnmente no deberían ser aptos para menores de edad, como por ejemplo, los bares destinados al consumo de bebidas alcohólicas, lugares con exceso de ruido o aquellos que han sido creados para el disfrute adulto (puedes usar tu imaginación en este aspecto). Estos espacios han sido diseñados para atraer a población adulta, para que puedan comportarse sin el temor a dar un mal ejemplo a otro ser humano que esté en formación, pues se entiende que en esos espacios ya todos han pasado por esta etapa de la infancia y adolescencia, llegando a construir una identidad propia.
Lo segundo que quiero aclarar es que no estoy de acuerdo con el hecho de considerar a la infancia y la adolescencia como un periodo de transición, como si estuviéramos esperando a que pasado ese periodo ya podamos establecer que nuestros hijos, primos, hermanos, sobrinos son seres humanos completos y solo en ese momento los tratemos como tal.

El periodo de la infancia y de la adolescencia es un periodo de la vida único e irrepetible en donde el ser humano está conociendo el mundo, aprendiendo a relacionarse con él, mientras aprende sobre sí mismo. Es un periodo en donde se viven etapas maravillosas que no deben ser ignoradas, ni saltadas, puesto que al hacerlo, podríamos crear una consecuencia que se irá asentando en la identidad de las personas a futuro, llevando a que puedan sentirse en la necesidad de repetir ese periodo no vivido, en una época de la vida en la que ya no les corresponde.
Es por esto que estoy en contra de acercar a las infancias a lugares y contenido inapropiado para su edad, pues su falta de experiencia y conocimiento podría conducirlos a crear ideas erróneas sobre el mundo. Dejar que los niños y niñas se formen a su ritmo es respetarlos lo suficiente como para entender que algún día estarán en nuestra posición pero no es necesario ponerlos a correr para que lleguen a ese punto antes de tiempo, ¡ellos merecen tener el espacio adecuado para crecer!
Nosotros, como padres, tenemos la obligación de acompañar su desarrollo, marcarles límites, prevenir peligros pero NO evitar sus errores. Es necesario que aprendan a equivocarse, que exploren, se caigan y vuelvan a levantarse, que sepan hacerlo les permite entender que no pasa nada si fracasan, porque no se es un perdedor por fracasar, se es un perdedor cuando se tiene miedo de intentarlo y se evita el fracaso a toda costa.

La cuestión es que, cuando hablamos de respetar a la infancia, se nos olvida que ser niños/as tiene mucho que ver con explorar. La exploración, el juego y la repetición, son herramientas que usarán constantemente para identificar, conocer, evaluar e investigar el entorno en el que se desarrollan, de modo que es necesario promover que lo hagan, responder a sus dudas pero también permitirles que ellos mismos las resuelvan en la medida de lo posible por sus propios medios.
Ser niño implica correr, moverse, hurgar con los dedos en lugares que te generan inquietud, reírte a carcajadas cuando algo te causa gracia y llorar o gritar con ganas cuando algo te enoja, avergüenza o te genera tristeza.
El mundo infantil no es el mundo adulto, a los niños y niñas les viene sin cuidado el que se tengan que respetar ciertas normas de comportamiento dependiendo de los lugares en los que deban estar. Los niños y niñas aprenderán por sus medios y tenderán a ser seres inquietos desde el primer momento en que puedan moverse por su cuenta, salvo que estén en condiciones que les restrinjan el libre movimiento o que se vean aplacados por estrategias adultas como ponerles el móvil frente a sus ojos. En lo demás, un niño sano es un niño que se mueve, algunos más que otros pero esto no depende enteramente de sus padres sino del temperamento con el que ha nacido cada niño o niña.

La respuesta de un adulto ante un “mal comportamiento” social debería ser:
- Ponerse a la altura del niño.
- Indicar al niño de manera clara y directa cuál es el comportamiento deseable.
- Establecer un lugar adecuado (libre de objetos que puedan ser peligrosos para él o para los demás) para llevar al niño en caso de que se presente un desborde emocional.
- Acompañar su desborde emocional.
Esto, por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo ya que nuestra respuesta inicial a un “mal comportamiento” puede ser enojarnos o avergonzarnos en caso de estar en un lugar público, lo cual, acrecienta el estrés del niño, alentando un incremento en su emocionalidad, lo que se convierte en un círculo vicioso que puede llevar al adulto a olvidar todos los pasos anteriores. La respuesta social común tampoco ayuda a los padres, que muchas veces recibirán miradas de desaprobación y reproche contra ellos y sus hijos.
Es por esto que considero delicado el tema sobre el rechazo a niños y niñas en lugares destinados a recibir toda clase de público, porque de antemano parece una medida exagerada y segregadora en contra de una etapa de la vida por la que todo ser humano pasa. Normalmente quienes defienden esta medida son personas sin hijos o padres y madres de familia que tienen una idea errada sobre la infancia, creyendo que sentarse y quedarse en silencio «sin molestar” son formas adecuadas de comportamiento en un niño.

Es lamentable que estemos negando la posibilidad de los más pequeños a hacer parte de su entorno social, para que en esa relación puedan ir aprendiendo las normas de comportamiento adulto. Es un acto de discriminación a las familias que no solo están intentando mantener una vida lo más cercana a la normalidad de cualquier ser humano que puede salir y disfrutar en espacios compartidos con otros, sino que también están invitando a sus hijos a hacerlo.
Es lamentable además que la justificación de esto esté sobre la idea de que hay niños que no saben comportarse y yo me pregunto: –¿qué es un buen comportamiento infantil?- porque los ejemplos de buen comportamiento que me están dando son los que toman como ejemplo el comportamiento adulto, aplacado y tranquilo. Los niños son fuegos, son movimiento y son ruido, muchísimo, muchísimo ruido, por lo que, dedicarnos a exigir en ellos comportamientos adultos para los que aún no están preparados, en espacios compartidos, es forzar a los padres a utilizar técnicas coercitivas como amarrarlos a sus sillas o ponerles un teléfono frente a sus ojos para evitar que hagan ruido o se alimenten por sí mismos, explorando su propia comida.
Estoy de acuerdo que, como padres, debemos seguir estableciendo límites de comportamiento y motivarlos a esto, pero lo anterior no puede chocar con nuestro objetivo original que es acompañar su desarrollo en los tiempos oportunos.

Los niños son ruidos, movimiento, llanto, carcajadas, gritos, pero también son alegría y seres humanos, que al igual que tú, tienen derecho a seguir ocupando los lugares destinados al disfrute. Excluirlos de estos entornos es una forma de discriminación que niega su derecho a participar plenamente en la sociedad.
En lugar de restringir la presencia infantil en lugares públicos, deberíamos promover la inclusión, la empatía y la comprensión. Abramos nuestras puertas a la alegría, el movimiento y el ruido de la infancia. Después de todo, ¿qué sería de nosotros sin la vitalidad y la inocencia de los niños y niñas?
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¡Hasta pronto Freelover!
