La semana pasada estuvimos celebrando la Semana Santa, un momento de profunda reflexión y renovación espiritual para millones de personas en todo el mundo. Siendo una época en la que las familias se reúnen para celebrar sus creencias y tradiciones, transmitiendo valores de amor, compasión y esperanza a las generaciones futuras. Sin embargo, en medio de esta celebración, he tenido la oportunidad de ver una película de reciente estreno que me ha puesto a pensar en la importancia de recordar la distinción crucial que existe entre cultivar la fe y caer en el fanatismo. Hablo de la segunda parte de Duna, una película basada en una saga de libros (publicados por primera vez en 1965) que como no he leído hoy ignoraré tajantemente para únicamente concentrarme en las dos recientes películas que hasta el momento han salido al público.
La historia se desarrolla en un futuro distante donde el universo está dominado por varias casas nobles que compiten por el control del recurso más valioso del cosmos, la especie melange, un recurso usado para los viajes interplanetarios y que permite obtener poderes en forma de visiones sobre el futuro, que solo se encuentra en el árido planeta Arrakis, también conocido como Duna. La trama sigue a Paul Atreides, el joven heredero de la Casa Atreides, quien se convierte en líder de la tribu Fremen nativa de Arrakis después de que su familia es traicionada y asesinada. Poco a poco, Paul se convierte en una figura mesiánica conocida como Muad’Dib, y lidera a los Fremen en una rebelión contra el Imperio Galáctico.
Como no es mi tipo de película, fue bastante difícil seguir el hilo de la primera y por tanto, es posible que algunas partes que recuerde de esta historia no sean fidedignas a la original, aunque lo más relevante que debes saber es que, tanto en la primera como en la segunda cinta, se narra el viaje de descubrimiento de Paul como líder que debe asumir la labor de ser el elegido para liberar a las Casas contra el Imperio. Inicialmente se resistirá a su destino, pero poco a poco se irá mostrando más cómodo en el papel, hasta el punto en que algo en su comportamiento termina por anticipar lo que posiblemente suceda en la tercera entrega en torno a su liderazgo, que parece variar entre un lado positivo, noble, humano y uno más negativo, extremista y tiránico.

De ahí que, aunque la historia no me termina de enganchar, algo en ella me recuerda precisamente por qué es necesario que empecemos a reflexionar más en torno hacia el problema del fanatismo y la sutil línea que existe entre desarrollar la fe en algo o alguien y caer en esa ceguera que anula el pensamiento crítico, especialmente en estas fechas de celebración religiosa.
La fe, en su esencia más pura, es un faro de esperanza que ilumina nuestro camino en los momentos más oscuros. Nos conecta con algo más grande que nosotros mismos, ofreciéndonos consuelo y fortaleza en tiempos de dificultad, impulsando nuestras acciones y llenándonos de esperanza. Cultivar la fe en nuestros hijos e hijas es un regalo invaluable que les proporciona una base sólida para enfrentar los desafíos de la vida.
Sin embargo, cuando la fe se convierte en fanatismo, perdemos la capacidad de pensar críticamente y nos aferramos ciegamente a nuestras creencias, incluso cuando contradicen la realidad o causan daño a los demás, por tanto, es importante reconocer que la fe no debe convertirse en un sustituto del pensamiento crítico o la compasión. Ser un fanático puede llevar a la intolerancia, la división y, en casos extremos, a la violencia.

Al reflexionar sobre la historia de «Duna», nos enfrentamos a una pregunta fundamental: ¿cómo podemos cultivar una fe saludable que nos inspire sin caer en el fanatismo? La clave radica en mantener un equilibrio entre la confianza en nuestras creencias y la apertura a la evidencia y la razón. Debemos estar dispuestos a cuestionar y revisar nuestras creencias a la luz de nuevas experiencias y conocimientos, sin perder de vista nuestros valores fundamentales.
Así mismo, vale la pena pensar en, ¿Cómo podemos cultivar la fe en nuestros/as hijos/as sin caer en el fanatismo? A continuación, te comparto algunas recomendaciones que pueden ayudar (de las que hablaré más en profundidad en el Podcast de hoy que encuentras al final de la nota):
- Fomentar el diálogo abierto en casa.
- Enseñarles sobre el respeto y la tolerancia.
- Exponerlos a diferentes perspectivas.
- Practicar la empatía y la compasión a diario.
- Promover su pensamiento crítico.
En última instancia, «Duna» nos recuerda que la fe puede ser un poderoso aliado en nuestro viaje por la vida, pero solo si la abrazamos con humildad y sabiduría. Ser un fanático, por otro lado, nos lleva por un camino de estrechez mental y división. La elección entre tener fe y ser un fanático está en nuestras manos, y es una elección que define no solo nuestras acciones, sino también nuestra humanidad.

En esta Semana Santa, mientras celebramos nuestras creencias y tradiciones, recordemos la importancia de cultivar la fe en nuestros/as hijos/as de manera saludable y equilibrada. Al promover el pensamiento crítico, la empatía y el respeto, podemos ayudarles a desarrollar una fe que los guíe en su camino hacia una vida de significado, sin caer en el abismo del fanatismo.
Que esta Semana Santa sea una oportunidad para reflexionar sobre nuestras creencias y valores, y para renovar nuestro compromiso de vivirlos de manera auténtica y compasiva. Que la fe nos inspire a construir un mundo más justo, amoroso y compasivo para todos. Solo entonces podremos emprender nuestro propio viaje hacia la grandeza con la claridad y la sabiduría necesarias para triunfar.
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¡Hasta pronto Freelover!
