Capítulo de Podcast · Reflexión

¿Por qué mentimos? reflexionando sobre el caso de Geraldine Fernández

El cuento de “El traje nuevo del emperador” o “El rey desnudo”, escrito por Hans Christian Andersen en 1837 es una fábula infantil que muestra cómo una mentira dicha muchas veces por diferentes personas termina haciéndonos creer en su viabilidad, aunque la realidad nos diga otra cosa, en otras palabras, nos invita a cuestionar lo que frente a nuestros ojos es claramente una mentira aun cuando los demás la intenten vender como realidad. Además también nos da a entender que la mentira, termina surgiendo eventualmente así intentemos hacerle creer a otros que no lo es y venderla como una realidad.

Si pensamos en esta historia, el ejemplo real que más se ajustaría en nuestra mente, tal vez por ser el más reciente a nivel mediático es aquel ocurrido en el caso de Geraldine Fernández, la ilustradora colombiana a la que, en los últimos días, se le ha hecho “la santa inquisición” por haber mentido en su currículum innumerables veces, entre ellas, haberse apropiado la autoría de ilustraciones que no eran suyas, incluir estudios que al parecer no cursó, insinuar que sabía hablar idiomas que no manejaba y lo peor, haberle mentido a varias personas (medios del país, streamers, incluso una Universidad que la invitó a dar una charla), sobre su participación como ilustradora en la última película de Hayao Miyazaki, “El niño y la Garza”, agrandando cada vez más la mentira hasta que, finalmente, la realidad le ha explotado en la cara llevándola a confesar.

En este caso, lo más sencillo sería pararnos desde el podio de la superioridad moral y señalar sus incongruencias, su descaro, desfachatez y falta de moralidad al haber hecho lo que hizo, pero en lugar de esto, lo que prefiero que hagamos es intentar aprender sobre lo ocurrido para reflexionar un poco sobre la mentira, a lo que nos puede llevar y entender cómo detectarla para evitarla.

Para empezar todos sabemos que la mentira es una manifestación contraria a lo que se sabe, piensa y siente, –¡vaya elaboración!– En términos más sencillos, es lo contrario a la verdad, lo que pocos somos capaces de aceptar a la primera es la facilidad con que lo hacemos sin sentirnos mal o propensos a dejar de hacerlo por completo. Antes de que levantes esa ceja inquisidora déjame ponerte un ejemplo muy sencillo, has salido de tu casa y te has encontrado con un vecino o conocido, al iniciar tu charla él o ella te ha preguntado “¡Hola (inserta nombre acá)!, ¿Cómo estás?”, casi de inmediato estoy segura que tu respuesta ha sido algo similar a “Bien y tú, ¿Qué tal vas?”. Sin importar si ese día has perdido el transporte, te han dejado plantado/a, te has mojado los calcetines, la respuesta usual ha sido la mentira preferida al entablar una conversación superflua con cualquiera.

Si nos detuviéramos un poco más en la conversación, tal vez aún más mentiras aflorarían, desde un “¡vaya, siento mucho lo que te ha pasado!” cuando no has tenido ni un ápice de pena en la piel, hasta un “¡qué gusto verte!¿cuándo quedamos otra vez?” mientras lo que queremos es que esa conversación acabe lo más pronto para no tener que ver a esa persona nunca más.

Las mentiras existen y han existido en nuestro mundo humano (-y mentiroso-) desde hace millones de años, podría jurar incluso que surgieron con nuestra humanidad y la capacidad del ser humano de pensarse a sí mismo, reflexionando sobre su acciones, porque aunque muchos padres, madres y personas sin hijos del mundo pueden afirmar que es así: ¡los bebés no tienen la capacidad para manipular y mentir! Al menos no antes de los 3 años, justamente lo empiezan a hacer cuando empiezan a reconocerse a sí mismos como individuos externos a sus padres o cuidadores, así como a desarrollar la función simbólica, representando la realidad a través de símbolos y solo cuando lo logran, anticipan lo que sus padres harían como consecuencia de algo, de modo que empiezan a buscar la manera de lograr “engañarlos” a través de las mentiras.

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Tal vez, de ahí la frase de “los niños y los borrachos dicen la verdad”. Por cierto, cuando tomamos hasta emborracharnos solemos perder capacidad en el lóbulo frontal del cerebro, que nos ofrece nuestra capacidad humana de reflexionar y pensar en nuestras acciones, al igual que el control de nuestros impulsos, de modo que, el alcohol hasta cierta medida puede evitar que te controles en la retención de información.

Sabiendo esto, tal vez podemos empezar a bajarnos un poco de ese podio de superioridad moral y empezar a abrazar la idea de que nosotros también podemos ser bastante mentirosos, la diferencia con lo que hizo Geraldine que fue mentir en su currículum innumerables veces (y engañar a diferentes personas) y lo que hacemos nosotros de mentir constantemente durante nuestro día es que nuestras “pequeñas mentiras” usualmente no terminan convirtiéndose en esa bola de nieve imparable que ha ofrecido internet, además, normalmente lo que solemos hacer si somos descubiertos mintiendo es que aceptamos la mentira de inmediato y nos liberamos de esa atadura antes de convertirla en un monstruo imparable.

Lo que debemos aceptar es que las mentiras nos suelen ofrecer dos grandes beneficios: 1. Evitar un dolor o incomodidad y 2. Brindar un reconocimiento. Incluso hay estudios como este que señalo por acá que identifican a la mentira como un antivalor moral que ha permitido la supervivencia de los seres humanos e incluso integrarnos socialmente. A veces, por ejemplo, podemos utilizar la mentira para autoconvencernos de que podemos ser más de lo que somos y así alcanzar nuestros objetivos en la vida (Como diría «mi amiga” Tyra Banks (-ya empezamos con las mentiras-): “fake it, till you make it”).

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De esta manera, es necesario reconocer, no solo que como seres humanos vamos a tener a mentir constantemente, sino que además lo hacemos como beneficio, por lo que es importante abrazar nuestra humanidad para evitar creernos la mentira de que somos seres perfectos. Vale la pena tener esos toques de humildad de vez en cuando, esos momentos que nos mantienen humildes y que, al menos en este caso, a Geraldine le podrían servir para que recordará este momento y aprendiera de lo ocurrido; pero también a todos los periodistas y medios informativos que no hicieron lo básico que debe enseñarse en las carreras de periodismo y es, contrastar la información y encontrar las fuentes.

Hay una historia de Edgar Alan Poe que me recuerda igualmente esto que ocurre con las mentiras, en su cuento «Corazón delator», precisamente ejemplifica lo que se siente o al menos lo que la mayoría sentimos cuando intentamos encubrir una mentira y es ese corazón palpitante que no deja de latir en nuestros oídos, haciéndonos perder la concentración y de paso la tranquilidad, moviendo nuestro mundo hasta que finalmente decidimos liberarnos de su opresión desvelando la verdad.

Precisamente algo fundamental que podemos aprender sobre las mentiras es a saber cortarlas de raíz cuando notemos que han surgido de nuestros labios. Un simple «sabes que? Me he equivocado», «no, no, no, así no ha sido», «¡mentira, así no es!», «esto que he dicho no es así», seguido de una disculpa, nos puede ahorrar millones de mejillas sonrojadas al final.

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Por cierto, cuando educas a un niño hay tres estrategias que puedo recomendar para evitar que este te mienta o que al menos aprenda a ser más franco:

1. Dale tu ejemplo. Nada de enseñarle a decir mentiras «buenas» por agradar o evitar un conflicto, que aprenda que decir la verdad no va de la mano con ser grosero, es decir, que se puede hablar con la verdad a través de la amabilidad.

2. Cuando te cuente la verdad no lo grites, avergüences o castigues. Dale la oportunidad de reflexionar, de que continúe confiando en ti y no a que luego aprenda a mentirte más para evitar ser descubierto.

3. Enséñale el valor de la reparación. Si se ha equivocado en algo que se disculpe, que vea cómo sus acciones afectan a otros y busque la manera de resarcir el daño, así preferirá pensárselo dos veces antes de volver a mentir a futuro.

Cuando mentimos nos estamos protegiendo a nosotros mismos y dejamos de ver a los demás como iguales, por lo que es importante volver a tener estos pequeños toques de realidad y momentos que nos mantienen humildes para evitar caer en el círculo vicioso de la mentira. Porque ciertamente mentir solo nos proporcionará un momento tranquilo o como dice el dicho:  «es mejor un minuto colorado que toda la vida descolorido».

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Recuerda que si quieres saber más de este episodio puedes escucharme a través de Spotify o de mi canal de YouTube y dejarme un comentario al respecto, que estaré encantada de leer.

¡Hasta pronto Freelover!

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