
Cuando finaliza el año, solemos mirar atrás para apreciar todo lo sucedido en el recorrido de ese periodo de tiempo. A veces, podemos pensar con añoranza sobre lo vivido, a veces deseamos con ansias dejarlo atrás con la firme intención de avanzar a mejores caminos y en algunas ocasiones, podemos apreciar con gratitud todo lo ocurrido ya que a través de esto hemos aprendido y ganado, así en su momento pudiéramos haber pensado lo contrario.
Hoy, al estar a puertas de finalizar este año solo puedo pensar en agradecer por todo lo que este 2023 me ha traído, por todo lo que me dejó y todo lo que se ha ido, por lo que hoy quiero dedicar esta entrega al lugar que me ha acogido y llenado de tanto amor, cariño y alegría interior, mi ciudad actual: Bucaramanga, Santander.
Nací en la capital de Colombia, por lo que Bogotá siempre será la ciudad que me educó, me crió, me cobijó con su altura, la misma que siento que hizo a mi cuerpo más resistente al dolor, la inflamación y el agotamiento, me condujo hacia situaciones que me enseñaron a ser más atenta en mi entorno (y no, no estoy agradeciendo a la delincuencia de las grandes ciudades, más bien, estoy reconociendo que al crecer en una capital tuve que aprender a ser más consciente de todo el escenario para orientarme y guiarme mejor), me enseñó a ser precavida y estar siempre preparada para los cambios de clima…desde hace muchos años he dicho que Bogotá es como la madre a la que nadie parece reconocer como propia y con orgullo, pero todos suelen acudir a ella para que los reciba con sus brazos bien abiertos.

Bogotá siempre ha estado y estará en mi corazón, pero desde hace un par de años Bucaramanga, la capital del Departamento de Santander, se convirtió en mi madre adoptiva. Había tenido la oportunidad de conocerla de manera esporádica y nunca dudé de su belleza. Llegar a Bucaramanga para mi era casi como llegar a un hogar seguro, rodeada de personas agradables y buen clima, por lo que solía viajar aquí en vacaciones y desconectarme, casi por completo, de mi otra vida en mi amada Bogotá.
De repente, tuve la oportunidad de vivir por completo en esta pequeña capital y empecé a apreciar con otros ojos cada uno de los aspectos comunes de vivir aquí. El clima de esta ciudad es, bajo mi concepto, uno de los mejores del país si te gusta el calor, pero no el calor sofocante, sino, ese que te adormece en una tarde de brisa. Su extensión hace que todo se sienta cerca y que los trancones no se experimenten como a los que estuve acostumbrada durante tanto tiempo, de hecho, es una ciudad que, pese a que no parece estar planeada para los transeúntes, he podido caminarla una y mil veces, a un paso ligero y tranquilo, porque sí, pese a que la delincuencia post pandemia se ha incrementado en cada zona del país, debo decir que, al menos para mi, esta ciudad me sigue generando una percepción increíble en cuanto a seguridad.
Este último punto, me ayuda a llegar al principal del por qué amo tanto a Bucaramanga y como rola, nacida en un clima frío, cobijada por todas las ventajas que tiene la Capital, ratifico que lo mejor que tiene esta ciudad es la cultura santandereana. Desde que conocí a mi esposo, pude identificar algunos atisbos de esa educación que se imparte desde casa, que para algunas otras regiones puede ser fuente de duda por los estereotipos que se tienen acerca del Santandereano promedio, una persona que habla duro, que genera miedo, que es poco cariñosa y que hasta “seca el arroz a cachetadas”.

Pero mi experiencia ha sido bastante diferente, gracias tal vez a la suerte o a que tal vez quienes somos de otras regiones hemos estado replicando unas ideas tergiversadas de la realidad, me he podido encontrar cada día con gente cálida, cercana, confiada y que genera confianza, increíblemente sincera, honrada, honesta, pero sobre todo, MUY MUY MUY trabajadora. Porque el Santandereano promedio que yo me encuentro a diario es una persona que “no se queda varada”, que le hace frente a la vida con humor (así sea muchas veces humor negro), que pone un negocio cada vez que tiene la oportunidad y se compromete a ayudar no solo a su familia, sino a su comunidad, que lleva como escudo el lema de su himno “santandereano siempre adelante, ni un paso atrás”.
El santandereano que la vida me ha permitido conocer, es una persona orgullosa de sus valores familiares y espirituales, que no tiene miedo de decir lo que piensa, que se enoja con rapidez pero con esa misma rapidez se calma, que no está a la defensiva (precisamente esto ha de ser algo que la percepción de seguridad ha permitido conservar), sino que está dispuesto a ayudar incluso antes de que se le pida ayuda. He tenido además, la dicha de encontrar personas comprometidas con causas ajenas, no importa si te conocen o es la primera vez que te ven, si algo te sucede en la calle, más de uno correrá a auxiliarte, también te brindarán consejos de vida y estarán atentos incluso a lo que hacen tus hijos para que no se pierdan, ni se desvíen del camino.
Tal vez puedes pensar hasta acá que he romantizado demasiado a esta capital, pero no estoy ni cerca de todo lo que he podido apreciar en estos dos años viviendo aquí. Amo a Bucaramanga, tanto como amo a mi ciudad natal, Bogotá, por eso no las puedo poner a competir porque en mi corazón hay espacio para las dos. Amo todo lo que soy gracias al lugar de donde vengo, pero actualmente amo también en quien me he convertido gracias al lugar al que me fui a vivir.

Gracias Bucaramanga por recibirnos, por permitirme seguir criando a mi hijo en tus fuertes raíces, las mismas que algún día estoy segura que guiarán sus acciones, sus elecciones de vida y su compromiso con el cambio que el mundo necesita.
Te invito a seguir este episodio a través de Spotify y de mi canal de YouTube y contarme qué experiencias similares has tenido al cambiar de ciudad o conocer otras regiones de Colombia o del mundo.
¡Hasta pronto Freelover!
