Cada vez que veo Titanic lloro.
Hasta acá ninguna novedad, es una de esas películas que te tocan las fibras de una manera en la que ninguna otra lo logra pues, pese a que sabes cómo va a terminar, igual no puedes dejar de verla y volver a emocionarte hasta las lágrimas, especialmente durante su desenlace.
Admiro profundamente la dedicación y compromiso de James Cameron (su escritor, productor y director) por retratar de manera magistral un hecho que, hasta esa época, había sido ignorado por una parte del público, asumido como curiosidad y/o enfocado desde los errores que se cometieron tanto en el diseño del navío como en la ejecución de su protocolo ante una emergencia. Pero Cameron va mucho más allá al centrar la historia no en el hecho en sí sino en las vidas de 2.200 almas quienes en aquel 1912 emprendieron un viaje (al menos 1.500 de ellos sin retorno) hacia los EEUU y su promesa de libertad.
Es indudablemente una película muy bien creada y su historia, aunque parece a simple vista enfocarse en relatar una fantasía típica del amor romántico, atravesada por este evento, oculta una narración de superación y desarrollo personal de una mujer, Rose, la heroína de esta historia, que renace como el fénix tras la tormenta que le dejó perderlo todo en el hundimiento de este magnífico barco.

En un primer momento, Rose se nos presenta como la típica mujer aristócrata de la época, con un sombrero de ala ancha perfectamente posicionado para ocultar la mitad de su rostro al público, su cabello finamente peinado y oculto; ese cabello rojizo indomable que durante toda la trama va tomando cada vez más vuelo hasta terminar completamente suelto, mojado entre la lluvia y natural como su protagonista.
Son esos pequeños detalles los que me encantan de esta película. Esos pequeños detalles que el director va dejando regados a lo largo de la historia de Jack y Rose para darnos a entender cómo sus protagonistas no son esta pareja de jóvenes enamorados que inundan (como el agua del océano) cada escena mientras vamos rememorando este hundimiento en cámara lenta. En el fondo, pareciera que esta película estaba destinada a tener solo una protagonista: Rose. Rose y su indomable personalidad, quien fue salvada, como ella misma lo describe, “de todas las formas en la que alguien puede ser salvado” por un desconocido Jack Dawson.

Jack es el medio para que ella se descubra a sí misma y pueda encontrar una salida a su posible depresión. Es por eso que él aparece en su vida justo en el momento en el que ella se está planteando de manera muy seria la opción de acabar con su desesperación y tras esto, durante el resto de la película Jack irá mostrándole su forma personal de ver la vida, de vivir cada día como si fuera el último, de aferrarse al aire en sus pulmones sin necesitar nada más que eso para sobrevivir.
Durante varias escenas de la trama, la cámara persigue a Rose a través del barco, en muchas ocasiones haciéndonos sentir atrapados, apiñados entre este mar de muros y de personas que nunca la escuchan incluso cuando grita y es precisamente al final, cuando ella, aferrada a Jack, acostada en esa puerta de madera, decide no rendirse y cumplir con la última promesa que le hizo a su amor: “aferrarse a la vida” y sobrevivir. Al darse cuenta de que nuevamente no es escuchada por el bote que está a tan solo unos metros de ella, Rose decide luchar por su vida, con sus propios medios, siendo el momento en el que abandona el cuerpo de Jack y la tabla de madera, en busca del silbato para pedir ayuda, aquel que la lleva a cumplir con la promesa realizada al primer hombre que realmente la pudo ver como ella era.

Es así como finaliza esta historia que, si bien parece la típica historia de amor romántico, pasional y atrevido de dos jóvenes “enamorados” (en todo el sentido de la palabra si tenemos en cuenta que pasaron apenas dos días en donde no podrían haberse conocido realmente a profundidad), termina siendo una historia de amor propio que te invita a renacer y pensar en aprovechar cada día como si fuera el ultimo, a salir de esa caja social en la que naces y descubrir que hay muchos otros mundos por visitar.
Al final no hubiera sido lo mismo dejar vivo a Jack porque nos hubiéramos imaginado cómo sería la vida de ambos, seguramente deduciríamos que la vida de Rose giraría en torno a él y a su relación, dada su entrega por salvarla de todas las formas. Si ambos hubieran sobrevivido al naufragio, hubiera sido una mentira pensar que la realidad de la vida no los hubiera separado. Recordemos además, que cada uno venía de una realidad social completamente distinta y ya esto nos conduce a reconocer que de entrada alguno de los dos tendría que adaptarse “a la mala” a las costumbres particulares del otro y a su visión sobre el mundo.
Jack murió para que Rose renaciera y se convirtiera en todo aquello que siempre había querido, desafiando el esquema que le habían asignado de nacimiento, convirtiéndose en piloto, pescadora, cowboy y soltando una vez más un tesoro en el mar antes de partir de este mundo entre aplausos de bienvenida.

Si quieres conocer más sobre esta reflexión, te invito a escuchar mi podcast “Free Love” en Spotify o en mi canal de YouTube. ¡Allá te espero!
¡Hasta pronto Freelover!
